La primera vez que hablé sobre Stranger things, la serie más ochentera de Netflix, había visto un solo capítulo y la sensación fue buena. Prometí que, cuando tuviese una visión general de la primera temporada, la analizaría más en profundidad. En su momento hice un símil con un McMenú del McDonald´s, no sabes si es bueno o está bueno.
Ahora puedo prometer, y prometo, que la primera temporada me ha gustado. Tengo alguna duda, ya que cuando vi el primer episodio parecía que me habían inyectado azúcar en vena y estaba realmente entusiasmado -la palabra mola salió de mi boca unas cuantas veces, desde la primera vez que vi ese título en neón rojo, hasta el final-. Ese entusiasmo fue bajando en intensidad, no sé si porque el azúcar ya no me hacía el mismo efecto o porque la novedad ya no era tal. Uno no puede dejar de ver la serie capítulo tras capítulo, sus creadores, Matt Duffer y Ross Duffer, saben cómo mantenernos con el suspense al final de cada episodio, ya sabéis, con el típico gancho antes de los créditos finales. Me imagino que a estas alturas todos sabréis el argumento de la serie: la desaparición de un niño en una agradable comunidad, de un pueblecito de la América profunda, en los 80, desencadena una serie de extraños acontecimientos. A partir de ahí vamos conociendo a todos los personajes y poco a poco vemos que la pequeña comunidad no es todo lo agradable que se cree y los fenómenos extraños sí son más extraños de lo que parecen.
La trama está bien, engancha, aunque hay algunas subtramas que me chirrían un poco, al igual que algún personaje -como el que interpreta Joe Keery, el novio molón de los 80 del personaje interpretado por Natalia Dyer, otra que no me entusiasmó, Dios los crea y ellos se juntan-. Es indudable que toda la serie está inundada de clichés de los años ochenta, es con eso con lo que nos ganan a los que ya pasamos de los treinta, por ese lado es una serie que está buena.
En cuanto a los protagonistas, es notorio que son estereotipos extraídos de películas de los ochenta, pero sin complejos, sabiendo lo que son y no huyen de ello. A muchos de ellos se les va cogiendo cariño según avanza la trama, a otros no tanto, como ya he apuntado. Winona Ryder realiza un gran trabajo y demuestra que no está tan perdida para el cine como se creía, sin duda es una gran recuperación. Como madre puede ser un desastre -en la ficción, por supuesto-, pero, cuando se trata de buscar respuestas de la desaparición de su hijo, no hay nada que le pare. Ella es una parte importante de la serie, junto al jefe de policía, David Harbour, y su hijo mayor en la ficción, Charlie Heaton -actor que no me convence mucho, pero algo hará bien cuando va a protagonizar la nueva película del director asturiano Sergio G. Sánchez, Marrowbone-. Pero los grandes protagonistas de la serie son la pandilla que busca a su amigo desaparecido. Ese trío, además de entrañable, es una de las grandes bazas de Stranger Things. Cada uno es una copia de personajes sacados de otras películas, además nos recuerdan a los amigos de E.T. con sus bicicletas -hechas, especialmente para la serie, con materiales y piezas de la época-, o a Los Goonies con sus aventuras. Tengo claro de donde los han sacado: Gaten Matarazzo me
recuerda a Gordi de Los Goonies -realiza un interpretación magnífica, es uno de los personajes mejor tratados. Su dolencia en la serie es real y vive con ello sin esconderse, además tiene mucho desparpajo-. Caleb McLaughlin es un superdetective en Hollywood en miniatura, quizás no es de los mejores actuando, pero baila como un auténtico profesional. Y Finn Wolfhard podría ser el Elliott de ET, siempre queriendo que Eleven, esa persona enigmática con la que se encuentra en mitad del bosque y de la que hablaré a continuación, esté bien. Como veis es un trío muy ochentero, eso, o tengo una imaginación desbordante. A ellos se les une Eleven, interpretada por Millie Bobby Brown, actriz inglesa nacida en España, que tiene un papel tan importante como difícil. Se pasa casi toda la serie sin hablar, eso es muy complicado de interpretar ya que tiene que transmitir con gestos, miradas y silencios. Sin duda son Los tres mosqueteros y D’artagnan, pero en el siglo XX.
Estos cuatro personajes llevan la mayor parte del peso de la trama, otros personajes como el de Barb, interpretado por Shannon Purser, quedan en el olvido -tan en el olvido que ni sus compañeros de serie la recuerdan, no os perdáis un vídeo de Jimmy Fallon parodiando ese olvido, lo podéis ver si pincháis aquí-. En los últimos meses hemos podido ver a los cuatro actores en varios programas de entrevistas, donde han mostrado su simpatía y espontaneidad. Por ello se han ganado, tres de ellos, un sitio en los Emmy de este año, celebrados el pasado domingo, donde fueron protagonistas a pesar de no tener ninguna nominación. Hasta se bailaron en el escenario una canción de Bruno Mars antes de la gala. Aquí debajo podéis ver cómo baila Caleb. Lo que queda claro, cuando están los cuatro juntos, es que tienen mucha química y son más majos que las pesetas -ya que nos ponemos ochenteros-.
Y no puedo pasar por alto el peluquín de Matthew Modine, parece que pesa mucho y da la sensación que va tan rígido porque teme caerse a un lado -tranquilos que aquí no canta Ho Chi Min es un HP, la tiene con ladillas y muy diminuta-. Bromas aparte, es una pena que no le veamos más a menudo en las salas de cine. Su papel es mejor no revelarlo, que no quiero hacer Spoilers. Y tampoco me puedo olvidar del chico desaparecido, Noah Schnapp, el nexo de unión de todos los personajes. Lo poco que aparece lo hace muy bien.
En definitiva, es una serie que está buena, pero su falta de nominaciones a los premios Emmy nos hace pensar que le falta algo para ser una serie buena, ¿qué es lo que necesita para subir de nivel? Pues no lo sé, si lo supiese sería creador de series para Netflix. Quizás le sobre algo de metraje y algún que otro flashback, pero nunca se sabe. El que escribe se lo pasó muy bien viéndola, que también se trata de eso, de coger unas palomitas, añorar los ochenta y pasar un buen rato delante de la pantalla recordando que hubo un tiempo en el que había Wendy´s, en Madrid, y no tanto McDonald´s. Los ochenta nos molan, fue una etapa muy bonita de nuestras vidas y si una serie nos lo recuerda, pues bienvenido sea. Como decían Los Piratas, Será como aquella canción de los años 80, seré como el tipo que algún día fui. Hasta los estrenos del viernes.
Entrada patrocinada por Compañíaespreso, un café de cine para la oficina.
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