No hay mejor forma de empezar el año que hablar de una buena película. En esta ocasión, tuve la oportunidad de ver una película estrenada a finales del año pasado, Paterson, del director norteamericano Jim Jarmusch (cineasta que merece, sin duda, unas cuántas líneas por su personalísima mirada). ¿Puede una película que habla de lo cotidiano,conmover? ¿Puede, a pesar de su estructura repetitiva,mantener el interés del espectador?.
Paterson es un conductor de autobús en la ciudad de Paterson, Nueva Jersey –ambos comparten nombre, cuestión que no es casual-. Cada día, Paterson sigue una simple rutina: hace su ruta diaria, observando la ciudad a través de su parabrisas y oyendo fragmentos de conversaciones fugaces; escribe poemas en un cuaderno; saca a pasear a su perro y por las noches, va al mismo bar a tomarse siempre la misma cerveza; para terminar el día, se va a casa con su esposa, Laura. Por el contrario, el mundo de Laura es siempre cambiante. Cada día le surge un nuevo proyecto, cada día le surgen nuevas ideas. Paterson ama a Laura y ella le ama a él. Ambos se apoyan. Él en las nuevas ambiciones que cada día tiene ella; Laura ensalza su don para la poesía. Una historia de amor de esas que remueven.
La película recorre de forma pausada sus vidas diarias, mientras la poesía surge de los pequeños detalles, de los diálogos en apariencia intrascendentes. Hay dos aspectos en el cine de este director que siempre me fascinan (desde Noche en la Tierra o Coffee and Cigarettes, por nombrar dos de sus películas más emblemáticas). Su tratamiento del tiempo, y el paso de este. En esta película nos lo muestra de una forma evidente (unas agujas del reloj que pautan las horas del día, con la sobreimpresión en pantalla de los siete días de la semana). Pero también un tiempo más abstracto, con una inusual habilidad para captar el momento, el aquí y ahora. En el caso de Paterson, a pesar de la repetición de las acciones, de lo anodino que puede resultar la rutina, el espectador contempla con emoción e intensidad cada nuevo día, porque es en los pequeños cambios hacia donde el realizador enfoca su mirada y donde encuentra los puntos de fuga. Parece que no pasase nada, pero todo pasa. Y por supuesto hay un giro dramático (que no desvelaré, pero el punto de inflexión existe).
El segundo punto es su construcción de personajes. Ya sean protagonistas, secundarios o personajes que aparecen en una sola escena (las microhistorias o los cruces más o menos casuales, que tanto le gustan al director), siempre están dibujados con trazo fino, no hay arquetipos, están llenos de verdad. Puedes adivinar la historia que rodea a cada personaje, aunque no se te cuente. Y todos son reveladores, de todos te llevas algo. Sabe tejer las relaciones y encuentros con sensibilidad y lucidez. Y además, sirven al director para hablar de temas universales: el amor, los deseos, la felicidad individual. Y el humor, que aparece de forma natural, en los diálogos que van surgiendo a su alrededor, y siempre de forma sutil. Aparece aquí un Jarmush romántico, entregado a la tierra con una visión poética, pero nunca de forma pretenciosa, con abrumadora sencillez.
El actor Adam Driver -Adam «conductor»… de autobus en el film- (secundario de lujo. También en cartelera en la última de Scorsese, Silencio , y actor a tener muy en cuenta) crea un personaje cargado de mundo interior, a pesar de ser parco en palabras, brillante y observador. Como expresa el mismo actor en una entrevista, es muy valiente por parte de Jim pensar que un personaje cuya principal actividad es escuchar es lo suficientemente cinemático. Él confía tanto en su audiencia como para saber que pueden aguantar viendo a alguien que solo piensa. Obviamente, vivimos en una cultura que necesita mucha acción y actividad. Su actuación está perfectamente complementada y reforzada por el resto de actores, en especial por la actriz Golshifteh Farahani (su pareja Laura en la pantalla), que dota de aristas a su personaje.
La realización de la película refuerza el sentido vivo de lo que se nos está contando. Un uso de la fotografía naturalista, con colores y luces acorde con las fases del día. Planos fijos en casi todas las escenas, y misma posición de cámara. Es loable que esa redundancia en aspectos formales no supongan un lastre a la película, sino que la enriquecen, potencian aquello que hacen cálida y sorprendente a la historia. Es además totalmente intencionado, como un homenaje a la creación artística en todas sus formas, ya sea un poema, o una película. Un ritmo pausado y una música minimalista, no ofrecen una película como antítesis del cine espectáculo, donde hay tiempo en recrearse en lo que no estamos acostumbrados. Es de esas historias cocinadas a fuego lento, en el mejor sentido de la palabra.
Es Paterson, pues, una oda a la poesía de lo cotidiano, a buscar la belleza en el día a día. Como expresa uno de los personajes con los que se cruza el protagonista, el amante despechado, ¿qué nos queda si no tenemos amor? Qué nos queda si no somos capaces de detenernos en aquello que nos rodea.
Paula Martínez Valderas
Entrada patrocinada por Compañíaespreso, un café de cine para la oficina.
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